¿Qué le hace el estrés a tu cerebro?
Margarita Pérez Martín, Carmen Pedraza Benítez
El estrés forma parte de nuestra vida evolutiva. La respuesta al estrés ha sido una selección natural para hacer frente a amenazas que ponen en peligro nuestra supervivencia. Para nuestros antepasados, suponía una clara ventaja, pero las cosas han cambiado.
Vivimos en un mundo con altas demandas, laborales y familiares con un ritmo que supone un desafío constante. A eso hay que añadirle el momento excepcional que estamos viviendo como consecuencia de la COVID-19, una situación que genera incertidumbres sobre el presente, el futuro, la salud, la situación económica…
El estrés social ha aumentado
Al duro aislamiento social por el confinamiento se suma que la carga de trabajo ha aumentado (teletrabajo, conciliación familiar, apoyo escolar de los hijos…). Sin olvidar que, para muchos la pandemia ha supuesto una amenaza de sus proyectos vitales y una alteración de su estilo de vida.
Si bien el ser humano dispone de mecanismos para hacerle frente, el impacto del estrés dependerá de la percepción individual. Ante una misma situación de estrés cada persona puede reaccionar de maneras muy diferentes en función de múltiples factores (personalidad, apoyos sociales, experiencias previas, etc.).
Cómo sea esta percepción determina cuál será la respuesta neurobiológica al estrés. Si nos sometemos a un estrés muy intenso o repetido, o si sencillamente se percibe como impredecible e incontrolable, puede tener consecuencias importantes para nuestra salud, especialmente para el cerebro.
¿Cómo puede dañarse nuestro cerebro por estrés?
Cuando nos estresamos nuestro organismo reacciona de la misma manera que si se tratara de un proceso infeccioso, es decir, movilizando a las células que combaten una infección, aunque no exista. Esto recibe el nombre de inflamación. El estrés es capaz de provocar reacciones en nuestro organismo similares a las producidas por una infección, y eso incluye también a nuestro cerebro.
Aunque el estrés puede producir problemas cardíacos, digestivos, inmunológicos…, sin duda nuestro cerebro suele ser el peor parado.
Como en todo en la vida, hormonalmente necesitamos un equilibrio. El cortisol, conocido como una de las hormonas del estrés, es necesario para regular numerosas funciones, pero cuando aumenta en forma sostenida su producción y se rompe su equilibrio puede alterar numerosos genes que afectan al sistema inmune y a procesos tan importantes como a la neuroplasticidad.
La neuroplasticidad podría definirse como la capacidad del cerebro para cambiar y adaptarse a nuevas experiencias. Gracias a ella somos capaces de adaptarnos y aprender de las nuevas situaciones, además de hacer frente a circunstancias adversas. Lo malo es que el estrés actúa reduciendo la neuroplasticidad y, por tanto, afecta a cómo nos enfrentamos a los problemas.
Los cambios en el cerebro pueden ser responsables de la aparición de numerosos trastornos neuropsiquiátricos, como el trastorno de estrés postraumático, la ansiedad y, sobre todo, la depresión.
La depresión será en los próximos años otra de las pandemias con las que tendremos que convivir. Se cree que será la enfermedad más diagnosticada en las próximas décadas. Posiblemente una de cada seis personas sufrirá al menos un episodio de depresión a lo largo de su vida.
Si, como hemos explicado, la plasticidad nerviosa del cerebro disminuye por el estrés, la persona tendría menos capacidad para hacer frente a los desafíos de la vida y menos recursos para enfrentarse a los problemas del día a día. Por ello podría llegar a caer en un estado que se conoce con el término de desesperanza.
Por otro lado, pensemos cómo nos sentimos cuando tenemos una infección. Estamos más cansados, sin energía, sin ganas de hacer nada… Además, la exposición al estrés también modifica el comienzo y el curso de muchas enfermedades neurodegenerativas, entre ellas la enfermedad de Alzheimer, que entre otras cosas se relaciona con alteraciones inflamatorias y de la plasticidad nerviosa. Justo las mismas que induce el estrés.
Existen estrategias que podemos usar para reducir las consecuencias del estrés: el ejercicio físico, una alimentación equilibrada, los apoyos sociales y la meditación son algunos ejemplos de estrategias que reducen sus efectos. Estrategias a tener muy en cuenta para afrontar la situación generada por la actual pandemia.
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